Comentario
Los principios religioso-políticos instaurados por los almohades tomaron auge rápidamente y no sólo se impusieron sobre los de la dinastía almorávide sino que sirvieron de base a un nuevo Imperio que extendió sus límites territoriales desde la Tripolitania hasta al-Andalus. Los almohades, tras un proceso inicial jalonado por numerosos vaivenes de avance y retroceso en el territorio magrebí, cruzaron finalmente el Estrecho a fin de instalarse en al-Andalus.La situación política andalusí en esta época ofrecía un panorama adecuado y proclive a recibir a una nueva dinastía. La población, sometida y descontenta con la gestión política y económica ejercida por los almorávides, estaba dispuesta no sólo a promover múltiples levantamientos sino a proclamar como nuevo dirigente de al-Andalus a un gobernante almohade. Así pues, de nuevo fue un movimiento religioso magrebí el que vino a solventar dificultades.En 1145 habían desembarcado en la Península las primeras tropas almohades respondiendo con ello a la petición de auxilio tramitada por Ibn Qasi, cabecilla espiritual y político que, desde su reducto del Algarve, partió en busca de ayuda con el fin de eliminar totalmente a los almorávides de al-Andalus. Estos últimos se habían visto obligados a reducir los efectivos militares a este lado del Estrecho dado que eran necesarios en el Magreb para combatir al nuevo poder que avanzaba rápidamente. Dicha coyuntura fue aprovechada por los andalusíes, quienes a su vez se alzaron en un movimiento de rebeldía que se extendió por todo el territorio y que lo fragmentó en los llamados segundos reinos de taifas, regentados por señores independientes. De entre ellos, fue el mencionado Ibn Qasi el primer amotinado, pues ya en 1142 se reveló en el Algarve, donde construyó, concretamente en Silves, una rábida en la que reunió a sus adeptos, los llamados muridin.Entre los que se levantaron contra el poder almorávide figuran, igualmente, Zafadola Ibn Hud, en Levante; Ibn Mardanis, el denominado Rey Lobo en las fuentes cristianas, quien ejerció su poder especialmente en Murcia y Valencia hasta casi la mitad del reinado del segundo califa almohade, Abu Yaqub; Ibn al-Hachcham, que acabó dominando Badajoz, y los Banu Ganiya, en las Baleares, entre otros.Este es el contexto socio-político que aguardaba a la nueva dinastía en la Península. Queda claro, pues, que en la venida de los almohades se conjugaron dos hechos importantes: por una parte, el ideal expansivo generado por este movimiento de base religiosa; por otra, la necesidad de los andalusíes de recurrir a éstos para contrarrestar los avances cristianos.